sábado, 23 de agosto de 2008

El cuento de las versiones

Presentamos a nuestros lectores este cuento de Andrés Díaz, uno de los Seis Escritores, cuento finalista en el Concurso Interno de Cuento del Taller de Escritores de la Universidad Central 2008.

VERSIONES DE MONTAÑA
-

I.-

En la versión censurada, el bus toma la ruta del cañón, dejando atrás el bochinche de los campesinos que llegan desde las veredas a la plaza de mercado. Desciende hasta el boquerón, entre la vegetación insomne y despojos del aguacero y luego empieza el ascenso hasta el primer corregimiento. La ondulación de la sierra se va volviendo más rigurosa. La carretera se convierte en un camino sin pavimentar enredado entre montañas. Se observan los restos de casas arrasadas años atrás por la creciente, y muros derruidos de lo que fuera una edificación de colegio u hospital. El bus se detiene en cada uno de los poblados, esperando a que los hombres descarguen y a los nuevos viajeros, quienes se acomodan rápidamente, resguardándose con sombreros y ruanas. Hay siempre afán. El chofer se toma con apuro un café; recibe recados para los de más arriba, cuenta los cupos vacíos y escucha reportes sobre el clima y la seguridad.

Desde lejos, cuando el día está despejado, se observa la cima del nevado. Pero hoy la niebla cierra el horizonte y por momentos parece como si entrara en una cumbre extraviada en el tiempo. Forzado por la gravedad de acantilados cada vez más profundos, sube con dificultad, las llantas resbalan y la carga se mece peligrosamente, a punto de precipitarse en la nada.

Llegan al último caserío. Un pesebre diluido en la neblina perpetua de las estribaciones, acosado por las crecientes del río. Levantado a un lado del cañón, parece un balcón de casas pobres, adosado a un extremo de los páramos que resguardan, como pretores, el valle de los nevados. Todo es lento y eterno, rasgado a veces por la llegada de hombres armados, por la migración de águilas que vuelan hacia la Patagonia o por las excursiones de montañistas que, a pesar de las noticias sobre enfrentamientos armados, vienen a escalar.

En la plaza principal descansan los soldados que han llegado desde la semana anterior. Caminan despacio, como si estuvieran guardando fuerzas para los combates de más arriba; a veces miran con curiosidad o recelo a los que llegan, especialmente a los montañistas. Pero estos parecen sentirse invulnerables a los hechos que aquí ocurren; se ponen las mochilas en los hombros, conversan o miran las nubes y las montañas intentando presagiar el tiempo de los próximos días.

Confundida entre el grupo de deportistas, una pareja compuesta por un hombre maduro y su hijo ayudan a desatar el equipaje y toman, - junto con el equipo de montañistas, personal de socorro y campesinos -, el camino hacia el nevado del Tolima.

Poco a poco el grupo se dispersa. Los que quedan, - el hombre maduro, el joven y los montañistas que prefieren tomar la ruta que llaman La Cueva -, paran en un hospedaje de cabañas de madera y piscinas termales. Comen, mientras unos niños corretean entre gritos de júbilo por la ladera de la montaña, pateando la cabeza de un cordero. Los chillidos de terror de los ovejos a punto de morir son seguidos por el temblor estentóreo de los que, aún calientes, cuelgan boca abajo. Las moscas trazan volutas, evadiendo con pereza el manoteo que las rechaza. Sus alas parecen aferradas por una estela invisible y fatal a la carne de variado color rojizo. En la cocina, las mujeres preparan los enjuagues de sal para conservarla. Los comensales las ahuyentan con desidia pues el frío ha recrudecido y el hambre no da tiempo para el asco.

Algunos de los montañistas se separan, tomando por La Cueva. Basta mirar en qué consiste ese “camino” para sentir miedo. Una pared de caliza húmeda, más húmeda aún por el musgo y los helechos, que solamente podría escalarse con lazos o prendido como un escarabajo. Otros, en cambio, prefieren un camino largo: tres días zigzagueando entre montañas, lagunas, precipicios y pantanos.

Siguen por un cañón apertrechado de nubes. La tierra está perpetuamente mojada; las horas pasan y la tarde precoz baña los frailejones de un suave color miel. Desde allí, cuenta el arriero que funge de guía, se divisa en las noches la ciudad, un resplandor que titila como una lámpara a punto de apagarse.

Antes de que anochezca, alcanzan – fatigados - un remanso de casas alrededor de una laguna. Los montañistas se instalan en una cabaña construida adrede para los que vienen a escalar. El casero, un rostro viejo esculpido en roca, advierte que no hay más habitaciones. El arriero explica que ellos van donde Ulises. El hombre piensa un rato, incómodo. Los lleva a una casita que sirve de depósito. Tira un colchón al lado de bultos de concentrado, leña y herramientas de labranza: No se pueden encender velas ni fósforos.

Extenuados por la caminata, se adormecen, mientras la oscuridad borra lentamente el sol de los venados. Temeroso de la noche, el hombre maduro regresa a la cabaña y espera a que el último de los montañistas se vaya a dormir.

Supersticiones de por aquí, comentan, cuando arrecia la neblina se oyen voces que confunden a los viajeros y los extravía.

Uno de ellos señala una masa de nubes anaranjadas y repite la historia del arriero sobre la ciudad. Otro se mofa, incrédulo.

-Quizás sea un mito – se excusa el otro - Pero a los de aquí les gusta contarlo y vale la pena repetirlo, así no sea cierto. Se queda pensando y agrega: Tal vez crean así que no están lejos del mundo.

Cuando todos los montañistas se han ido, regresa a la habitación. Intenta dormir, dejando entreabierta la puerta que da al gallinero. El altercado de aves sonámbulas lo alivia de la noche total. Duerme poco, apenas una línea de sopor que se malogra con el ruido. Escucha el grito de fantasmas o animales o viejos recuerdos que estridulan. La cerrazón de tinieblas enceguece las pupilas hasta hacerlas estallar de miedo. Lo alivia sentir los ronquidos del hijo.

“Ricardo” oye decir entre sueños.

Se incorpora con terror, abatido por el paroxismo de la ceguera.

Se arrastra en cuclillas, tanteando con las manos hacia la ventana que da al corral. La noche es una sucesión de telones negros que caen, cuál más oscuro y denso; telones del recuerdo.

- ¿Quién es? - La pregunta se estrella contra las paredes invisibles. El muchacho despierta.
- Qué pasa papá?
- Nada, es la oscuridad -

Deja el postigo entreabierto. En la escasa luz que llega a la barraca, imagina el rostro de su amante muerto. La figura se yergue como un espectro de humo y trata de abrazarlo. Son apenas imaginaciones, se dice, despierta con otro sobresalto. Desde la casita observa el valle. Toda la noche es azul.

II.-

El tiempo de amar concluyó trágicamente, murió en un accidente de carretera. Ricardo no quiso mirar el cadáver, dejó que la muerte de su amante fuera de otros, ajena, una noticia que no nos incumbe. Fue al trabajo y esperó, sin servir de testigo o convidado.

Sucede, tiene que suceder. El día pasó, llegó la noche. Esculcó en su mente escenas sórdidas, razones para desamar, convencido de que la penumbra y el desprecio pueden curar, fuerzas oscuras entreveradas al instinto de supervivencia.

Días después, como siempre sucede, como debe suceder, se mantuvo en la decisión inquebrantable de conservar la memoria.

Flores todos los diecisiete de febrero, al lado de la foto donde reían, abrazados en la terraza de alguna ciudad, quizás la Ibagué que alguna vez Nelson inventó[1], mientras a lo lejos el Nevado del Tolima, malicioso, ratificaba el amor. Entre el calor y el viento de julio, el recuerdo coloreaba la ciudad de rosa y azul. Un disco de Paul Anka que ambos escuchaban en los viajes, porfiadamente triste. Y un verso de Cernuda: “Danos señor, la paz de los deseos satisfechos, de las vidas cumplidas”.

Se recostaba en el sofá, tomaba ginebra, esperaba el efecto consabido. Lloraba despacio, la vida es irónica, luego con rabia, la vida es miserable, hasta que el cansancio lo adormecía, la vida es, sin predicados.

Ahora no lloraba; dejaba la flor ante el retrato y recordaba que había amado, que existe la palabra amor, que hay quienes practican ese hábito. Sustituyó a Cernuda por Dickinson; no quería saber del deseo sino de la muerte, su sombra, su corolario. No era tanto el otro sino su propia finitud. Hay que morir. Y quien muere se lleva todo, como en las apuestas. Es inevitable.

Sucedía sin embargo, así es la vida, que a veces volvía la tristeza con anhelos de repetir un instante. Lo que nos duele no es la muerte, lo que nos duele es la vida, dice ella.

La vida, un leve aleteo. ¿Cómo era posible que hubiera vivido con alguien, construido sueños, esperanzas, y ahora estuviera solo?
Ahora estaba solo. Ahora, ahora.
Un silencio que al principio había sido levedad se transformaba en realidad atroz. El efímero aleteo, un vuelo torturante de alas que lo sumergía en la tautología del destino.
Era presente. Era la muerte. La agonía de no tener a otro a su lado.

El día le permitía postergar el dolor. En la noche, sin embargo, las cosas que lo rodeaban, al parecer apacibles, se desgajaban como ruinas dejando fluir una memoria cruel. Caminos sin salida, calles anegadas por el rencor y la impotencia de los acontecimientos. Y al final del derrumbe volvía el amante, convertido en pregunta ¿Por qué?

Sucede que hubo una noche en particular que recordó ese rostro; recordó que habían vivido juntos; las manos que lo acariciaban cuando llegaba cansado y quería dejarlo todo, iniciar una vida distinta, lejos de la ciudad, el trabajo, la fatiga. Por un momento la desesperación quiso arremeter como un animal liberado en la estepa, cansado de la mansedumbre que ríe y se apoltrona. Gritó y se dio cuenta que no era suficiente. Era un dolor del cuerpo que había esperado el momento de vengarse de todas las cosas postergadas en nombre de alguien cuyo fantasma no alcanzaba a satisfacerlo. El animal corría contra el olvido, extraviado entre cosas vacías e inasibles, como si pidiera un momento final antes de comenzar la resignación del tiempo y el adiós al deseo.

Era casi medianoche, jueves, suele suceder: decidió buscar, como en los años de juventud, la calle y los rincones donde, antes de conocerlo, iba para relajarse y olvidar.

En la cámara del baño turco podían percibirse dos sombras en el devaneo de la seducción. Alguien acariciaba y era acariciado. Al cruzar la puerta los cuerpos se apartaron como repelidos por agua helada. Permaneció allí, disimulado en el vapor, ausente. Poco a poco llegaron otros cuerpos y empezaron a acariciarse. Recordó los sueños compartidos, los sintió disolverse entre el calor y la orgia.

Una mano, cualquiera, generosa, lo condujo a la eyaculación.

Y sucedió que al regresar, distraído, anestesiado, encontró al niño agazapado frente al edificio. Había armado una especie de cama con plásticos y se resguardaba en el umbral de la casa abandonada.

Durante varios días lo observó. Lo vio desperezarse y caminar hasta la esquina, buscar una tienda, pedir un vaso de leche y regresar, sentarse a pedir limosna, mientras las astromelias del jardín crecían bajo la lluvia. Otras veces bajaba hasta la avenida y pedía monedas a los que esperaban el bus. Varios domingos lo vio también en la entrada de la iglesia.

La noche en que decidió asumir el destino de padre vio al niño temblando de frío, sentado en la escalera del edificio.
- ¿Tiene familia?
- No… sí…
- ¿Por qué no está con ellos?
- Me dejaron, alzó los hombros con desgano, sin mirar, no sé donde están.
- Cuando sienta hambre o frío, puede venir al apartamento. Hay una habitación.

Así pasaron los días. Otro domingo sintió que alguien golpeaba la puerta. Era el niño.

- Esta haciendo frio…lo miró y luego miró hacia el interior del apartamento. Usted me había dicho, no sé si pueda…
- Claro. Era en serio.
Intentó un gesto de afecto pero ya estaba adentro y se sentaba en el sofá.
- Espere. Tiene que bañarse primero.

III.-

El guía señala otros senderos que se esconden entre los valles. Son casi seis horas de camino en mula y en tierras bajo el dominio de bandidos.

La niebla cae y se desliza, rajándose a veces en pequeños claros que desnudan la vegetación. Rehenes de las nubes, se adentran en un camino de sirga.

Escuchan, a veces alcanzan a ver entre la niebla, los hombres armados que descienden por la ladera. Esperan, siguiendo las instrucciones, a que pase la tropa. No hay peligro, los tranquiliza, pero es mejor evitar preguntas. A medida que avanzan se divisa el terreno bajo y helado; vuelven a descender y el paisaje volcánico se desvanece en la blandura lechosa de los pajonales.

El otro valle, al frente, también se descubre por instantes. Al rato las nubes desaparecen. Han tenido suerte. El cielo está limpio, y la nieve perpetua del volcán nevado resplandece. Antes de alcanzar la planicie se divisa, emboscada entre el follaje mediano, la casa de Ulises.

El muchacho se desprende del grupo y sube el terraplén sin correr, con impaciencia y miedo. El hombre se apresta a guardar las ovejas, pero al verlo correr hacia él se detiene, herido en la cara por un sol de hielo. Su mirada parece recomponer un recuerdo desmoronado en los años.

- Jacob…, más que una pregunta o una afirmación es como si estuviera leyendo un rastro, un camino que de repente la lluvia despeja. El muchacho lo saluda, receloso, y entonces el viejo deja caer un abrazo involuntario, como si la emoción debiera ser anónima para no destruir el rigor de la vida entera.

- Padre - exclama. El rencor, el respeto, vuelven adoloridos en el vestigio de la tarde. El muchacho llora.

IV.-

La obsesión de un mundo dual se recobra en la oscuridad en la imagen de los animales degollados. Un mundo escindido, descuartizado en partes imposibles de unir. El mundo de la luz tenue de ciudad, allende las montañas, y esa tierra hostil y ruda.

Parece como si las cosas, entre la lluvia, tuvieran un lenguaje, un lenguaje construido no por palabras, sino por la propia sucesión de sonidos, arboles, ríos. El no podía ni quería entender ese idioma de la tierra. Estaba por amor al hijo inventado en una noche de soledad, aunque no aceptaba el capricho de volver a aquel lugar de donde Jacob se había marchado siendo niño.

Escucha llorar a Jacob. ¿Por qué llora? ¿Merece lágrimas el abandono? ¿No había tenido que irse por desprecio? ¿Acaso no era suficiente el presente que él le brindaba sin esperar nada a cambio?

Sintió decepción. Quizás Jacob habría alcanzado, después de años, la tranquilidad de saber que había una historia que le otorgaba un destino. Pero, ¿De qué servia todo eso? ¿No era acaso su verdadera historia la que vivían en la ciudad, lejos de esa barbarie que nunca alcanzaba a deslindarse completamente del afecto?

Al otro día llegó Saúl, el hermano.

Ulises y los hijos hablaron hasta la medianoche.

En la penumbra, dibujados por la decrepitud de la luz agónica, podían adivinarse las marcas del destino que los hacía diferentes. El cuerpo robusto de Saúl contrastaba con la flacura anoréxica de Jacob.

Jacob ahora estaba feliz. No se refería a la mendicidad sino a “días muy duros”, y luego, con mirada de agradecimiento, contaba que Ricardo lo había apoyado. Siempre había intentado saber de ellos. Ahora, anotaba con gesto de éxito, era tiempo de que Saúl estudiara. El hermano sonreía, evadiendo la ternura.

Luego el licor hizo efecto y hablaron de ella. Ulises mencionó con desprecio que aún vivía, muy lejos. Mas tarde corrigió: no tan lejos, apenas unas horas. Guardaron silencio largo rato.

Los perros ladraron hasta la madrugada. Cuando amaneció decidieron regresar. El hermano los acompañaría hasta el otro lado de la montaña, luego seguirían algunos kilómetros para tomar la ruta hacia Juntas.

Pero Jacob variaba los planes. Era un viejo gesto que Ricardo había aprendido a leer. Una terquedad sin respuesta, una resistencia a las preguntas y los actos que exacerbaba los ánimos y los llevaba a discusiones inútiles. Por eso, cuando lo vio conversar con su hermano, apartado del resto y como transmitiendo un secreto, le espetó la pregunta “¿Dónde vive ella?”.

Eso implicaba postergar un día más el retorno, explicó Jacob, buscando la aquiescencia de Ricardo. No querían herir al viejo, le dirían simplemente que habían decidido recorrer los valles.

V.-

A veces sucede, es el destino. Era domingo y las águilas se habían detenido exhaustas en la arboleda del caserío mientras los pájaros revoloteaban alrededor, esperando que levantaran el vuelo para volver a los nidos.

Había bajado, como de costumbre, a la iglesia. La misa era un pretexto para sentir que pertenecía a la especie humana: evocaba los años de juventud, su primera esposa difunta, los hijos que habían decidido marcharse; las colusiones de políticos, las noticias de muertos.

Todos los años que había vivido en el páramo, le habían enseñado que no existía Dios sino solamente un caos que, en sus intersticios, parece detenerse y brindar esperanza. Se encontraba con los del pueblo, tomaba cerveza en la tienda, se quejaba de las cosechas, el precio del abono, el último muerto. Desde hacía tiempo era viudo y no pensaba tener mujer. No tenía nada que confesar con el cura y en todo caso, no lo hubiera confesado. Mascullaba su soledad con orgullo. A veces, pocas, visitaba la gallera para apostar.

Aún existía un bailadero donde solían reunirse. Los jóvenes se habían marchado lejos o vivían en Ibagué. Ellos, los viejos, persistían en este lugar, como los árboles y los pájaros pusilánimes.

Allí la conoció a ella, Concepción Rodríguez. Era más joven que él; no muchos años. Venía del sur y se había empleado mientras su esposo trabajaba en la construcción del acueducto, kilómetros abajo. Fue en la época en que la creciente arrasó el caserío y varios de los trabajadores desaparecieron. Por eso, cuando la vio de luto, cuando escuchó su historia, se hizo cómplice de su dolor.

Tenían la muerte en común, el abandono. Estaban los dos, los hijos que se marcharon, los domingos en el bailadero. Así comenzó esa compañía, ese remedo de amor. Hasta que ella decidió marcharse con él hasta el páramo. Tuvieron dos hijos.

Las águilas continuaron su migración inevitable. Eran otros tiempos o había que decirlo así, como justificación. Nunca supo por qué se fue. Durante un año bajó al pueblo a preguntar por ella. Nadie sabía nada.

Años más tarde, cuando ya había olvidado o por lo menos evadido la obsesión y el deseo, escuchó que vivía al otro lado del valle. Pero nunca la buscó, estaba ahí, era parte de las montañas, el nevado imprescriptible, los días largos de soledad y la lluvia que quemaba los pastos: solamente existía el presente, la duración indestructible y el trabajo cansino. Ahí estaban los hijos: dos niños idénticos, con los ojos zarcos como los de ella, inevitables. Así sucede y debe suceder.


Ulises está recostado en la penumbra, adormecido por el licor, escuchando el viento que baja desde el páramo. Todos los días ha llovido, salvo este domingo, pero la tierra levanta una humedad triste que la resolana no puede apaciguar. El sonido del río crecido llega hasta la casa. Un sonido dulce que, extremado por la resaca, le despierta un viejo instinto de acariciar una piel desnuda. El cuerpo que intenta ceñir ya no está. Escucha a uno de los hijos y se levanta. Llega a la habitación y encuentra solamente a Saúl.
-.¿Y Jacob?, pregunta.
-.Se fue anoche.
VI.-

Saúl lleva la delantera. Bajan por el flanco de la sierra, despidiéndose poco a poco de las cimas anegadas por la niebla.

Llegan a un camino vecinal.

El Farol es el nombre del parador donde preguntan por Concepción Rodríguez. Al poco rato arrima la tropa. Más o menos, al ojo, son treinta hombres vestidos de camuflado, cansados por la caminata y la resolana. El jefe se sienta en la veranda y, fusil en mano, escudriña al grupo.

- ¿Concepción Rodríguez? El tendero habla en voz baja, limpiando con aparente desparpajo la estantería, sin quitar los ojos de los hombres armados - Nadie sabe, dicen que se fue hasta el Caquetá o murió. La última vez venía con uno de los Núñez, pero hace años. Nunca se le volvió a ver.

-Espías - comenta el que dirige la tropa, como respondiendo a la conversación de los otros. – Están en todas partes. A veces es difícil reconocerlos. Se camuflan de montañistas. Escupe hacia el pastizal, mirando el camino con rabia y como si esperara a alguien.

Otro hombre llega, vestido de civil y con una ametralladora. Desmonta el arma e interrumpe al jefe.

- No se preocupe - dice, somos de los mismos, deja ver una chapa de policía. Pide una cerveza y se sienta en una de las mesas, sonriendo a ratos, nervioso, mientras los otros callan.

-Una mujer hermosa en su juventud, cierto, hermosa...El jefe de la tropa entra con algunos hombres al salón.-… Nunca bajaba por acá… ¿Dice usted Concepción Rodríguez o Concepción Vásquez…, a veces se me olvida.- En realidad, no se cual de las dos sea… posiblemente esté equivocado.

De pronto, el último en llegar parece adivinar el peligro y salta, aterrado, intentando alcanzar la calle. Los hombres de la tropa lo rodean, y antes de que pueda tomar el arma lo dominan.

- Esperen, déjenme explicarles, suplica el hombre. El jefe del grupo desenvaina el machete y le arranca de un tajo firme la cabeza.
- Traidores, masculla arrojándola hacia el pastizal. De repente se percata de las miradas del grupo y señala:
- A ellos también.
Ricardo intenta esbozar una aclaración, demostrar que aquello no le incumbe, pero no puede hablar. Uno de los hombres dispara el fusil sobre Jacob y Saúl quienes, como marionetas que han perdido sus hilos, se desgonzan. El tendero solloza, pidiendo misericordia.

-Por sapos.- dice otro, y le propina un tiro en la cara.

Ricardo recula hacia la ventana. La terrible certeza de un sueño no consentido lo invade para siempre. Alguna vez había insistido en que al morir, quería ver el rostro de su amante. Pero el vacío no admite fantasmas.

VII.-

Es apenas un final posible. Sucede que no hay historia, la historia pertenece a la tierra y sus protagonistas. La anécdota del hombre maduro y el joven, padre e hijo, es personal e incumbe a familiares y acreedores.

Queda el pasado como una canción o una tregua o la imposibilidad de unir historias y discursos. La de los montañistas apenas logra una cita de pie de página[2].

En la versión de las altas montañas, Ricardo muere y la sangre se coagula hasta adquirir el color violeta de los lirios. Fue una infeliz coincidencia y para otros el destino disfrazado de casualidad. Los guerrilleros llegaron, huyendo del ejército. Al poco rato aparece un hombre de la policía secreta, confunde al grupo y se identifica. Los otros lo matan, degollándolo y tirando la cabeza al potrero. Deciden exterminar a todos los que se encuentran en ese lugar.

Otros proponen una versión urbana. El hijo nunca volvió a la montaña y permaneció con el padre fabulado, viendo crecer las astromelias en la casa del frente, escuchando el ruido de los carros en la noche, mientras Ricardo iba a los turcos para olvidar con orgías al fantasma del amante. Cuando cumplió los veinticinco años desapareció sin dejar rastro, sin robos, sin cartas de despedida, de la misma forma que lo hiciera alguna vez de las tierras lejanas. Quienes censuran la historia piden que se eliminen referencias a guerrilleros, bandidos y ejército. Consideran que se trata de palabras inútiles y que son incidentes superados con nuevos hechos. Entonces la historia se desvanece y queda solamente una aventura de montañistas en la que aparecen sin razón un hombre maduro y su hijo ficticio, confundidos en una excursión al nevado.

Nelson, ineluctable gnóstico, rubrica todas como posibles, dependiendo de la época y de la intención de los editores.
[1] Nelson Ospina, adorado gnóstico y desdeñoso autor de historias. Hay quienes dicen que ha interpolado este escrito.
[2] Escrito en letra pequeña, otra letra, y a manera de interpolación.
Un montañista.-
¿Qué hay más allá de las altas montañas? ¿Qué se esconde tras los silenciosos cerros cubiertos de niebla, hijos de la niebla?
Con los ojos heridos por la nieve, entre el silbido del viento que arrastra las nubes, imponiendo al paisaje una movilidad infinita, vemos solamente un montañista.
Se trata de alguien vestido de negro, aferrado con sus manos a la roca, esquivando la gravedad con la fuerza de un escarabajo. Está en la lejanía, y la lejanía lo torna en algo liviano, libre de apremio, de esfuerzo alguno. No es posible percibir el cansancio de sus manos, el sudor que escurre a pesar del frío entre su uniforme, ni los labios secos por la brisa helada que reclaman un sorbo de agua. Asciende, busca una cima. Pero desde donde estamos no es posible observar sino una quietud extrema, como si no fuera posible avanzar, como si avanzar no significara nada en la extensa ladera que se abre al infinito. No obstante, el avanzará, alcanzará la cima, pondrá un estandarte que señala una hazaña, un triunfo. Pero ese futuro lo desconocemos. Queremos solamente verlo, admirar el rigor de su aventura, admirar esa empresa de esfuerzo y valor. Un montañista no tiene historia: la aventura consume toda genealogía, todo relato. Sus apuntes, porque seguramente el montañista lleva un diario de su “viaje”, parecen apenas los trazos lacónicos de un mapa. En realidad, ha cambiado la historia por una geografía, el relato por un a bitácora. Una nueva forma de heroicidad, geométrica, pura, sin los aditamentos melancólicos de una vida personal, sin guerrilleros ni soldados con el rostro tiznado por el odio.

jueves, 21 de agosto de 2008

Taller de Narrativa R.H. Moreno Durán

Los talleres son escenarios muy positivos para la creación literaria. Aunque estamos en Bogotá, los Seis Escritores estamos atentos de nuestros amigos escritores dondequiera que se encuentren. Para quienes residen en Boyacá, les extendemos la siguiente convocatoria:

El Ministerio de Cultura y la Secretaría de Cultura y Turismo de Boyacá, convocan a escritores, estudiantes de literatura, docentes y demás personas interesadas en la narrativa, a participar en el “Taller de Narrativa R.H. Moreno Durán” de la ciudad de Tunja, adscrito a la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa – RENATA, programa del Área de Literatura de la Dirección de Artes del Ministerio de Cultura.

Los objetivos del taller son cuatro:
  1. Estimular la producción narrativa (cuento, novela) de nuevos autores.
  2. Explorar las claves de la escritura, mediante ejercicios de taller y confrontación con lectores calificados.
  3. Transmitir instrumentos teóricos y prácticos para los procesos de creación narrativa, en particular aquellos relacionados con el género del cuento.
  4. Revisar el canon literario, leyendo y trabajando una antología universal del género con textos y autores representativos.
El “Taller de Narrativa R.H. Moreno Durán” de Tunja 2008, tiene una intensidad total de 168 horas cumpliendo con dos componentes:
  • Taller presencial: desarrollado durante un semestre, con una intensidad de 84 horas, trabajando los FINES DE SEMANA cada 15 días, en sesiones de 04 horas (de 6:00 a.m. a 10:00 p.m.) los viernes y en sesiones de 08 horas (de 9:00 a.m. a 5:30 p.m.) los sábados. La sede operativa del Taller es el Palacio de los Presidentes, Auditorio de la Casa del Fundador en la Plaza de Bolívar de la ciudad de Tunja.
  • Taller de producción textual: desarrollado de manera paralela al Taller presencial, con una intensidad de 84 horas, y consistente en una labor dirigida e individual entre el director del taller, el escritor Carlos Castillo Quintero, y los participantes que así lo requieran.

El “Taller de Narrativa R.H. Moreno Durán” de Tunja 2008, hace parte de RENATA habiendo sido la PROPUESTA GANADORA para Boyacá de la Convocatoria Nacional para la realización de Talleres Literarios adelantada por el Ministerio de Cultura durante el primer semestre de 2008. Los interesados pueden inscribirse enviando al e-mail del taller mailto:renataboyaca@yahoo.escon la siguiente información:

  1. Nombres y apellidos
  2. Dirección, teléfonos y correo electrónico
  3. Reseña biográfica
  4. Y, opcionalmente, un texto narrativo inédito o publicado de una extensión no mayor a cinco páginas.

La lista de preseleccionados se publicará en este blog, y serán convocados a entrevista. El cupo es de 30 personas. Los participantes seleccionados entran en calidad de becarios, es decir que no tienen que pagar ningún rubro por asistir al taller. Esta financiación la hace la Secretaría de Cultura y Turismo de Boyacá interesada en apoyar el trabajo y la formación de nuevos creadores.

  • Inscripciones: del 18 de agosto al 18 de sep. de 2008.
  • Publicacion listado de admitidos: Lunes 22 de sep. en: http://www.renataboyaca.blogspot.com/
  • Inicio: Viernes 26 de sep. 6:00 p.m., con una charla sobre el OFICIO DE ESCRIBIR que ofrecerá el cuentista ROBERTO RUBIANO VARGAS, en el Auditorio “Eduardo Caballero Calderón” de la Secretaría de Cultura y Turismo de Boyacá.
  • Terminación: sábado 13 de diciembre de 2008.

Nota: Los participantes del TALLER DE RENATA 2007, pueden inscribirse el presente año para realizar el Taller. Además de los requisitos anteriores deben presentar CINCO (05) CUENTOS y la fotocopia del Diploma de RENATA 2007.

Si desea resolver alguna inquietud o ampliar esta información escriba a: renataboyaca@yahoo.es

miércoles, 20 de agosto de 2008

Convocatoria Revista Fahrenheit 451

Entendiendo esta invitación como una excelente oportunidad para quienes desean ver publicado su actividad escrita, compartimos con nuestros vistantes esta convocatoria de la Revista Fahrenheit 451.
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SE AMPLÍA LA CONVOCATORIA DEL CUARTO NÚMERO DE LA REVISTA FAHRENHEIT 451
(Invitación)


La revista Fahrenheit 451 se satisface en informar que la convocatoria de textos para su cuarto número ha sido ampliada hasta el día 24 de agosto.
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Invitamos a todos aquellos interesados a que participen en las diferentes secciones que subdividen nuestra publicación:
  • Periodismo Literario: Crónicas, reportajes, perfiles y diálogos. No deben estar relacionados con temas coyunturales: violencia, política, conflicto, etc (extensión máxima: 3 cuartillas).
  • Géneros Puros: Poesía (extensión: 3 cuartillas) y cuento (extensión máxima: 3 cuartillas).
  • Metaliteratura: Ensayo (extensión máxima: 3 cuartillas) y reseña (extensión máxima: 2 cuartillas).

Es prioritario enviar dentro del documento el nombre del autor y sus respectivos datos de contacto. El fallo del jurado será informado por correo electrónico la segunda semana de septiembre del mismo año.

martes, 19 de agosto de 2008

Apuntes sobre el género negro

Basados en las aportaciones de Raúl Harper y teniendo como tarea un cuento en género negro, a continuación trascribimos algunos apuntes relacionados con este género que pueden contribuir a nuestra actividad literaria.
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Definición

La novela negra es, como la definió Raymond Chandler en su libro El simple arte de matar, la novela del mundo profesional del crimen. Debe su nombre a dos factores: a que originalmente fue publicada en la revista Black Mask de Estados Unidos y en la colección Série Noire francesa, así como a los ambientes "oscuros" que logra. El término se asocia a un tipo de novela policíaca en la que la resolución del misterio no es en sí el objetivo principal; que es habitualmente muy violenta y las divisiones entre el bien y el mal están bastante difuminadas. La mayor parte de sus protagonistas son individuos derrotados, en decadencia, que buscan encontrar la verdad (o por lo menos algún atisbo de verdad).

Características

Este tipo de relato presenta una atmósfera asfixiante, miedo, violencia, falta de justicia, corrupción del poder e inseguridad. Nace en las primeras décadas del siglo XX en los Estados Unidos, como una variante de las historias policíacas, y difundida en revistas. La novela negra agrega la violencia a las características del género policiaco. Los crímenes se basan en las debilidades humanas como la rabia, ansias de poder, envidia, odio, avaricia, pasiones, etc. Por esta razón aparece un lenguaje más crudo, donde se le da más importancia a la acción más que al análisis del crimen. En este tipo de relato importa más la descripción de la sociedad donde nacen los criminales y la reflexión sobre el deterioro ético.

Autores referentes anglosajones:

  • Dashiell Hammet
  • Raymond Chandler
  • Cornell Woolrich
  • Chester Himes
  • Agatha Cristie
  • Patricia Highsmith
  • Jim Thompson
  • James Ellroy
  • Walter Mosley
  • Elmore Leonard

Autores referentes europeos:

  • Boris Vian
  • Georges Simenon
  • Andrea Camilleri
  • Ian Michel
  • Henning Mankell

Autores referentes hispanohablantes:

  • Juan Madrid
  • Manuel Vásquez Montlabán
  • Andreu Martin
  • Jorge Martínez Reverte
  • Alicia Jiménez Bartlett
  • Lorenzo Silva
  • Adolfo Bioy Casares
  • Eduardo Mendoza
  • Rafael Menjivar Ochoa
  • Roberto Ampuero
  • Paco Ignacio Taibó II
  • Raúl Argemi
  • Diego Moreno Maldonado
  • Francisco González Ledesma
  • Jorge Queirolo Bravo
  • Rodolfo Walsh
  • Fernando Marías
  • Francisco Galván
  • Ropberto Montero González

Información tomada de: http://es.wikipedia.org/wiki/Novela_negra

Sentimiento en español

Atendiendo la amable solicitud de una de nuestras visitantes y gracias a la contribución de Raúl Harper, publicamos la versión en español del haiku que Sergio nos había compartido en días pasados. Espero lo disfriten y nos dejen sus comentarios.
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Muñecas de papel–
todas lucen como si
quisieran estar enamoradas.
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Masaoka Shiki
Traducción al español de Raúl Harper
* * *
Paper dolls–
they all looks as if
they want to be in love.
-
Masaoka Shiki

viernes, 15 de agosto de 2008

Congreso de Literatura Iberoamericana

Una cordial invitación para todos aquellos que tengan el tiempo, el entusiasmo, el dinero, pero sobre todo, la intención de llenar su cerebro de literatura.
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PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL DE LITERATURA IBEROAMÉRICANA
"ENTRE LA REALIDAD Y LA UTOPÍA"
-Universidad Santo Tomás-
Septiembre 25, 26 y 27 de 2008
-TEMÁTICA
La primera versión del Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana reflexionará sobre las relaciones entre las literaturas de Iberoamérica con la realidad y la utopía. Este tema reviste bastante interés en virtud de las problemáticas que encarna; basta con leerlo para que surjan inquietudes como: desde el horizonte desencantado y la indeterminación que caracterizan al mundo contemporáneo ¿cómo puede ser convocada una reunión para debatir el problema de la esperanza? Si la consideración del hombre como ser inacabado y de la realidad como algo en proceso nos remite a los sueños de una vida mejor, ¿acaso no es la creación literaria uno de los espacios donde mejor podemos conocer las imágenes de las revueltas contra el mundo de ayer? ¿Debemos pensar que la utopía es un concepto de época y la investigación de sus configuraciones en nuestras lenguas una tarea inactual? ¿Cómo hablar de realidad cuando hoy solo se reconoce que existen son discursos, signos...interpretaciones? El tema, por otra parte, es un punto de referencia que nos permitirá dialogar sobre las distintas manifestaciones literarias de Iberoamérica sin restricciones de carácter temporal, espacial o disciplinar. En este sentido, se proponen como temáticas particulares las siguientes:
  • Literatura e Historia: Procesos de independencia e identidad en América Latina
  • Literatura y sociedad
  • Literatura y estudios culturales
  • La Literatura y las demás artes
  • Teoría y crítica literaria
  • La enseñanza de la literatura

CONFERENCISTAS

  • Piedad Bonnett
  • Pablo Montoya
  • Hélene Pouliquen
  • Carlos Ramirez
  • Naum Montt
  • Francisca Noguerol
  • Noé Jitrik
  • Simone Accorsi
  • Daniel Barlderston

Mayor información en: http://cili.usta.edu.co/

jueves, 14 de agosto de 2008

Convocatoria

Siguiendo con el espíritu que nos ha movido en las últimas entradas, compartimos con ustedes esta convocatoria que tal vez resulte de su interés. Se que algunos de nuestros visitantes estarían muy complacidos en poder participar.
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III CONCURSO INTERNACIONAL DE HAIKU
-Facultad de Derecho de Alabacete-
Universidad de Castilla-La Mancha
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BASES

Primera: Podrán concursar todos los escritores que presenten su obra escrita en castellano, siendo la convocatoria de ámbito internacional.
Segunda: Los haiku habrán de ser originales e inéditos (por "inéditos" entendemos no premiados anteriormente ni publicados en papel), pudiendo enviar cada autor entre uno y cinco haiku.
Tercera: El tema será libre.
Cuarta: Los originales se enviarán por cuadruplicado, de forma anónima, bajo lema y sin firma. En sobre aparte se adjuntará una plica en cuyo exterior conste el lema y título de la obra y, en su interior, el nombre, dirección postal, teléfono y dirección de correo electrónico si lo tuviera, así como la declaración formal de que la obra es inédita. La forma de envío será por correo postal.

No se admitirán trabajos enviados por correo electrónico. Los trabajos se enviarán a:

Facultad de Derecho Decanato - Secretaría (Ref. Concurso de Haiku) Plaza de la Universidad, nº 1 ALBACETE – 02071

Quinta: Por votación del jurado calificador, se concederán seis premios, en las siguientes categorías:

Mejor colección de cinco haiku: 600 euros • Mejor haiku: 250 euros • Segundo mejor haiku: 200 euros • Tercer mejor haiku: 150 euros • Cuarto mejor haiku: 125 euros • Quinto mejor haiku: 100 euros • Menciones: sin límite

Sexta: La fecha límite de presentación de originales se fija en 1 de octubre de 2008.
Séptima: El Jurado estará compuesto por personas vinculadas al mundo de la cultura literaria y la poesía y por un representante de la Facultad de Derecho de Albacete: José María Bermejo, Ángel Aguilar, Fructuoso Soriano, Nuria Garrido Cuenca y Manuel Jesús Marín, como vicedecano de la Facultad de Derecho de Albacete, que actuará con voz pero sin voto.
Octava: El fallo del concurso se realizará el 30 de octubre de 2008.
Novena: El acto de entrega de premios, en el que participarán los miembros del Jurado, se celebrará en diciembre de 2008, en un acto público con recital de haiku en el que los ganadores podrán leer las obras premiadas.
Décima: Los originales premiados se publicarán en la página WEB de la Universidad de Castilla-La Mancha en el sitio estipulado para la resolución del concurso. En todo caso, la propiedad intelectual de los trabajos siempre será del autor. Los trabajos no premiados serán destruidos al finalizar el acto de entrega de premios.
Undécima: La presentación al III Concurso de Haiku "Facultad de Derecho de Albacete" implica la total aceptación de las bases, cuya interpretación, incluso la facultad de declararlo desierto, quedará a juicio del Jurado.
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Información tomada de: http://www.uclm.es/AB/derecho/actual_haiku.html

miércoles, 13 de agosto de 2008

Un pequeño gigante

En retribución a quien hace de la brevedad un arte, adjuntamos un haikù que Sergio Gama ha querido compartir con todos nuestros visitantes.
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Paper dolls–
they all looks as if
they want to be in love.

Masaoka Shiki

紙びなや
恋したさうな
貌ばかり

正岡子視
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Sobre el Haikù:
El haiku (俳句, haiku), derivado del haikai, es una de las formas de poesía tradicional japonesa más extendidas. En la mayoría de los casos es un poema breve de 17 sílabas, aproximadamente, las cuales suelen estar organizadas en tres versos. El haikù no tiene título ni rima en japonés, su simplicidad prescinde de signos de puntuación y mayúsculas. En la voz de muchos expertos, el haikù es una forma poética predominantemente nominal, de expresión sencilla y concisa.
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lunes, 11 de agosto de 2008

Cien escritores eligen cien libros

Dando continuidad a nuestro espíritu literario, transcribimos los resultados de esta encuesta realizada por el diario El País de España en la que se recogen las influencias de un centenar de escritores. Los resultados fueron dados a conocer el 11 de agosto de 2008 en la ciudad de Madrid.

CIEN ESRITORES ELIGEN LOS CIEN LIBROS QUE CAMBIARON SU VIDA

-El País-

(reportaje)

De un lugar de la Mancha al despertar de la conciencia feminista, con parada en otros 98 escenarios de la literatura universal. 'El País Semanal' ha preguntado a 100 escritores de habla hispana los 100 libros que les han marcado. Aquí está el resultado: los títulos que les abrieron la mente y ya nunca se la cerraron. Una lista imprescindible. Guiada por las glosas de los cinco primeros títulos a cargo de cinco grandes autores que ejercen, esta vez, de apasionados lectores.

El ser humano es un animal que nace, crece, se reproduce y hace listas. Será porque no podemos resistirnos a transformarlo todo en una competición o porque el mundo necesita ganadores a los que admirar, envidiar o discutir, según la naturaleza de cada uno, y perdedores a los que compadecer, en el mejor de los casos; pero lo cierto es que no hay nadie que esté a salvo de las comparaciones ni oficio que no tenga su olimpiada, y por ese motivo, sin querer oír al escritor Mark Twain, que ya nos avisó de que en este mundo hay tres tipos de mentiras que son los embustes, las patrañas y las encuestas, nos pasamos la vida haciendo precisamente eso, encuestas y sondeos: quién es el político más influyente del país, el más fiable, el que merece menos crédito; quienes son las 10 personas más poderosas, las más admiradas, las más guapas; quiénes son los más ricos, los menos amables, los más deseados, los peor vestidos... El proceso es siempre igual, aunque cambie el nombre que se le da al escrutinio: cuando se habla de banqueros o empresarios, se llama ranking; cuando se habla de deportistas, se llama clasificación, y cuando se trata de literatura, se llama canon, una palabra con muchas esquinas que puede tener un sentido artístico, económico y hasta religioso, pues define desde las reglas que marcaban las proporciones ideales de la figura humana en las culturas clásicas hasta el impuesto que grava los CD vírgenes, pasando por la parte de la misa que empieza con el te ígitur y acaba con el paternóster. Aunque, eso sí, sus primeras acepciones dobles en el Diccionario de la Real Academia Española son: regla o precepto, catálogo o lista.

Los críticos, a veces, son los cítricos con una letra cambiada, y a veces no, pero siempre son muy partidarios de inventar generaciones, hacer antologías y, de vez en cuando, listas de discos, cuadros o libros que por una parte nos proporcionen un modelo y por otra nos den una orden: el resto podréis elegirlo vosotros mismos, pero estos 10, o estos 100, hay que leerlos obligatoriamente. Sin embargo, todo es relativo en lo que respecta a las verdades absolutas, y los cánones siempre son polémicos, discutibles, subjetivos, versátiles y, a menudo, y como consecuencia de todo lo anterior, efímeros. Y, sobre todo, están al alcance de cualquiera, hasta de los propios escritores, como ocurre en este caso, en el que 100 autores hemos respondido a la pregunta de EL PAÍS: ¿qué 10 libros han cambiado tu vida? Me pregunto cuántos habrán dicho toda la verdad y cuántos habrán respondido a la defensiva, pensando en el proverbio chino que dice que las palabras sinceras no son siempre elegantes y las elegantes no son casi nunca sinceras. ¿Qué habrán preferido algunos de ellos: ser francos o quedar bien? Habrá de todo, porque ya se sabe que, tal y como dijo el ganador inapelable y destacado de este concurso, Miguel de Cervantes, en esta vida "cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces".

Sin duda, las votaciones han dado resultados curiosos, o en algunos casos increíbles: ¿qué hace el Manifiesto comunista, por ejemplo, en el puesto 82, por delante de los sonetos de Quevedo y de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald? Claro que peor les ha ido a la Divina comedia y a la Iliada, que están en el 60 y en el 77, respectivamente, con lo cual se ve que Dante no ha cuajado por aquí; no como Homero, que ha ganado la medalla de bronce porque tiene la Odisea en el tercer lugar de la clasificación. Eso sí, Dante está al fondo de la lista, pero bien acompañado, porque tiene justo por arriba Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y justo por debajo La regenta, de Clarín. La verdad es que, en el ámbito de la literatura latinoamericana, Jorge Luis Borges les da una paliza a todos, de Gabo a Vargas Llosa, pasando por Rulfo, Cortázar y Onetti: Ficciones es el número 10 del escalafón; El Aleph, el 26; El hacedor, el 58, y hasta hay 23 autores que, haciendo trampas, han colado la obra completa de Borges como el libro que les cambió la vida, con lo cual habrá que pensar que su vida cambió muy lentamente ?aunque no tanto como la de Carlos Fuentes, que coloca La comedia humana, de Balzac, entera, con sus veintitantas novelas y sus dieciocho mil páginas, en quinta posición?, y tanto en prosa como en verso, con ensayos, novelas policiacas y obras hechas en colaboración con otros escritores, ya que todo eso publicó Borges, quien, por cierto, también reunió sus historias fantásticas predilectas en su Biblioteca de Babel, por donde pasaron muchos de los autores que salen en nuestra lista, como Melville, Poe, Robert Louis Stevenson, Henry James y, por supuesto, Kafka, aunque no Shakespeare, que aquí tampoco está entre los escapados, en cabeza de la carrera, sino con el pelotón, porque no aparece hasta los puestos 48 y 49 con El rey Lear y Hamlet, 34 posiciones detrás de la Biblia, por ejemplo. Bueno, tal vez vendría bien recordar lo que le contestó el propio Borges a una alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires que le dijo que Shakespeare la aburría y le preguntó qué podría hacer para remediarlo: "No hagas nada; simplemente no lo leas y espera un poco. Lo que pasa es que Shakespeare todavía no escribió para vos; a lo mejor dentro de cinco años lo hace".

No hay que olvidar que la lista que tenemos entre manos no pretende hacer el inventario de los mejores libros de la historia, sino de los que se supone que han cambiado la vida de los autores que los leyeron, suponiendo que tal cosa sea posible. Pero, sea como sea, algunos de los resultados de la encuesta son llamativos. Por ejemplo, sorprende que, aparte de Federico García Lorca, que ocupa el número 11 con su Poeta en Nueva York, no haya ningún otro miembro de la Generación del 27, ni Luis Cernuda, ni Alberti, ni siquiera Aleixandre, que tuvo tantos discípulos mientras vivía. Aunque aún sea más notable la ausencia de Antonio Machado, al que sólo han votado cinco escritores, y entre ellos sólo un poeta, Luis García Montero, porque los otros cuatro son novelistas: Antonio Muñoz Molina, José María Guelbenzu, Álvaro Pombo y Manuel de Lope. Juan Ramón Jiménez, al menos, salva de la quema Espacio, aunque sea en el vagón de cola de la lista. Quizá todo ello, incluido lo del 27, se explique porque se ha preguntado a muchos menos poetas que narradores -lo cual no impide, sin embargo, que Harri eta herri (Piedra y pueblo), de Gabriel Aresti, cruce la meta con el dorsal 98 a la espalda-, pero ese mismo desequilibrio hace aún más impactante la desaparición absoluta de otro autor que fue muy célebre mientras estuvo a este lado del más allá, recibió elogios a granel, ocupó todas las portadas, recibio todos los premios, desde el Planeta hasta el Nobel, y que ahora, a los seis años de su muerte, no ha recibido ni un solo voto: Camilo José Cela. A nadie nos han cambiado la vida La familia de Pascual Duarte ni La colmena.

Cela escribió mucho, pero lo que escribió pesa poco, por lo visto, incluidas sus obras de mejor reputación. Otros autores, como León Tolstói, no escribieron tanto, pero sus creaciones más importantes se mantienen a flote. Eduardo Mendoza, que por cierto no ha participado en la encuesta, decía hace poco, en una entrevista publicada en Cuadernos Hispanoamericanos, que Tolstói sólo tiene dos obras que merezcan realmente la pena, Ana Karenina y Guerra y paz, y aquí están las dos, la primera en la casilla número 6 y la segunda en la número 9. Tampoco le va mal a su compatriota Dostoievski, que logra un hat trick, en las posiciones 12, 13 y 55, con Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo y El idiota.

Pero no hay duda de que los grandes triunfadores entre los escritores modernos son Marcel Proust y Kafka, lo cual debe de querer decir que los escritores españoles quizá andan algo bajos de moral. El autor de A la sombra de las muchachas en flor es el único que le hace sombra a Cervantes y logra el segundo lugar con En busca del tiempo perdido. El de El proceso y La metamorfosis alcanza con ellas, respectivamente, los números 4 y 5; coloca sus Diarios en el 64, y también logran varias menciones otros libros suyos como El castillo o La muralla china, aunque no, sorprendentemente, La condena. Eso sí, resulta obvio que la pervivencia de Kafka tiene mucho más mérito que la de Proust, teniendo en cuenta que si una de las frases más célebres del segundo es que "los seres humanos no deberíamos cometer el error de pensar que el presente es el único tiempo posible", la más conocida del primero es: "Max, quémalo todo".

Las 10 primeras plazas las completan Herman Melville, con Moby Dick, y Antón Chéjov, con sus cuentos. No está mal esto último, si tenemos en cuenta la forma en que se burlaba de la fama el creador de Tío Vania, La gaviota y El jardín de los cerezos: uno de sus cuentos es la historia de un hombre que llega una noche a su casa lleno de heridas, pero feliz porque le acaba de atropellar un coche de caballos en una plaza de Moscú. Su familia, estupefacta ante la alegría que parece sentir mientras la sangre le corre por la piel y empapa sus ropas destrozadas, le pregunta cómo es posible que esté tan contento, y él responde: "Pero ¿es que no os dais cuenta? ¡Mañana mi nombre saldrá en todos los periódicos de la ciudad!".

Para los amantes de los análisis de género resultará aparatosa la proporción de mujeres que ha dado la lista de los 100 escogidos, en la que sólo hay cinco escritoras: Carson McCullers, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Jane Austen y Simone de Beauvoir; la primera, en el puesto 28, y la compañera de Sartre, en el último, el 100. Claro que entre los encuestados hay 23 mujeres y 77 hombres, pero eso, naturalmente, no tiene ninguna influencia. Almudena Grandes, por ejemplo, sólo pone a tres mujeres en su lista: Louise May Alcott, la autora de Mujercitas; Ana María Matute, con Los hijos muertos, y Carmen Martín Gaite, con Usos amorosos de la posguerra española. Rosa Montero, a otras tres: Mercè Rodoreda, George Elliot y Selma Lagerloff. Y la propia Ana María Matute, sólo a una: Emily Brontë. Por cierto, que como la autora de El corazón helado reserva un puesto en su clasificación para Habitaciones separadas, un libro de su marido, Luis García Montero, y éste, a su vez, le hace hueco a Las edades de Lulú, que tal vez cambiaron sus vidas porque los llevaron al uno hacia el otro, me pregunto a cuántos de los autores seleccionados les hubiesen gustado sus seleccionadores. Apostar siempre es ponerse en peligro, pero me juego algo a que a Kafka le habría caído bien Juan José Millás; Proust pudiera haber congeniado con Javier Marías; a Balzac y Thomas Mann no les habría importado tratarse con Mario Vargas Llosa; Dostoievski se habría encontrado en su salsa con Juan Gelman, y es posible que a Samuel Beckett le causase buena impresión Justo Navarro, aunque quizá lo encontrara un poco raro. Otras relaciones me parecen más que improbables, pero prefiero reservarme mi opinión. Además, sólo era un juego. Eso sí, hay quienes en ese juego se lo habrían puesto difícil a sí mismos, como Ray Loriga: J. D. Salinger, Joseph Conrad, Cormac McCarthy, Vladimir Nabokov. Vamos, unas peritas en dulce.

Elegir es descartar, y uno observa divertido el sufrimiento de algunos colegas a la hora de dejar fuera de su lista a algunos de sus autores predilectos. Hay quien intenta salvarlo con el ardid de meter las obras completas de alguno, para matar así todos sus pájaros de un tiro, como hacen Gustavo Martín Garzo con las de Kafka; Marta Pesarrodona con las de Federico García Lorca; Julián Rodríguez con las de Onetti; Agustín Fernández Mayo con las de José Ángel Valente; Clara Janés con las de Shakespeare; Soledad Puértolas con las de Baroja; Carlos Monsiváis, Nuria Amat y Horacio Vázquez Rial con las de Borges, o Isaac Rosa con el teatro de Bertolt Brecht.

Otros entregan los libros atados por parejas, como José Manuel Caballero Bonald, que le da el 2, el 3 y el 4 de su selección a las Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, de Luis de Góngora; el Quijote y el Persiles, de Cervantes, y las Iluminaciones y Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. O como Javier Marías, que junta Ricardo III y Macbeth en el primer puesto de su lista, y El corazón de las tinieblas y El espejo del mar, de Joseph Conrad, en el tercero.

Santiago Gamboa y José Carlos Llop cuelan todo El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, igual que otros empujan para que les quepa todo Balzac o todo Proust. Y Juan Marsé avisa de que aquí y ahora se decide por esos 10 títulos de Stendhal, Robert Louis Stevenson, Flaubert, Kafka, Juan Rulfo, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Luis Cernuda, Pío Baroja y Albert Camus, pero que también podrían haber sido otros, y de esa forma, a base de hacerse el enfadado, gana a estas páginas sitio para otros cuantos libros. En resumen, que el problema no es con qué te quedas, sino a qué renuncias. Igual que en el resto de la vida.

La pregunta de EL PAÍS parece sencilla, pero tenía trampa. ¿Qué 10 libros han cambiado tu vida? Eso quiere decir que lo que se trataba de saber era, entre otras cosas, qué obras y autores nos habían abierto la puerta de la literatura o metido en la sangre la vocación de escribir. No se trataba de saber cuáles nos gustan más, nos han influido más profundamente o consideramos más importantes. Por eso es rara la poca presencia de libros infantiles o juveniles, que son los primeros que suelen llamar la atención y marcar la línea de salida del futuro.

Si miro mi propia lista, me doy cuenta de que no dice toda la verdad, porque empieza muy tarde, con los autores y las obras que leí cuando ya sospechaba que iba a intentar ser escritor. Pero, ¿y antes de eso? ¿Dónde están los libros de Los Cinco, de Enid Blyton, o los de Walter Scott, como Ivanhoe y La flecha negra? ¿Y Robin Hood? ¿Y las novelas de Salgari, y las de Julio Verne? ¿Y la poesía de Garcilaso de la Vega, un poco más adelante?

A los demás les habrá pasado algo parecido, pero tampoco tiene mucha trascendencia, porque puede haber por ahí alguno más pretencioso, pero estoy seguro de que todos ellos pasaron más tiempo del que pueda creerse pensando su lista; todos miraron sus bibliotecas con cuidado para asegurarse de que no cometían un olvido que luego iban a lamentar, y ninguno de ellos se tomó a broma el encargo. Y todos van a leer estas páginas con lupa por dos razones: para ver qué han dicho sus colegas y para comprobar qué suerte han corrido sus escritores, esa gente que tal vez haya cambiado su vida y tal vez no, pero que, en cualquier caso, los ha acompañado desde el principio, ha ido con ellos a todas partes, porque un escritor no tiene una sombra, sino muchas: sombras escritas que se llaman Kafka, o Cervantes, o Proust, y sin las que el cuerpo que las proyecta no sería nada. Sé que les habrá costado elegir, pero eso sólo demuestra que, además de buenos escritores, son buenos lectores. Más triste hubiera sido no tener dudas, porque el que no duda es que no tiene dónde elegir.

*Texto tomado de http://www.elpais.com/articulo/portada/Cien/escritores/espanol/eligen/libros/cambiaron/vida/elpepusoceps/20080810elpepspor_1/Tes/


www.raulharper.blogspot.com

miércoles, 6 de agosto de 2008

Con acento mexicano

Gracias a la invaluable contribución de Andrés Diaz, durante nuestra reunión del martes anterior, tuvimos el privilegio de escuchar la lectura de La Mosca, uno de los cuentos más representativos de Katherine Mansfield. Al calor de una copa de whisky y papas artificiles, nuestras mentes se fundieron con la tinta que finalmente causó la muerte de la mosca, aquel ínfimo animalito que tuvo por razón de vida hacer olvidar las tragedias del protagonista de este maravilloso cuento.
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LA MOSCA
-Katherine Mansfield-
(Cuento)
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-Pues sí que está usted cómodo aquí -dijo el viejo señor Woodifield con su voz de flauta. Miraba desde el fondo del gran butacón de cuero verde, junto a la mesa de su amigo el jefe, como lo haría un bebé desde su cochecito. Su conversación había terminado; ya era hora de marchar. Pero no quería irse. Desde que se había retirado, desde su... apoplejía, la mujer y las chicas lo tenían encerrado en casa todos los días de la semana excepto los martes. El martes lo vestían y lo cepillaban, y lo dejaban volver a la ciudad a pasar el día. Aunque, la verdad, la mujer y las hijas no podían imaginarse qué hacía allí. Suponían que incordiar a los amigos... Bueno, es posible. Sin embargo, nos aferramos a nuestros últimos placeres como se aferra el árbol a sus últimas hojas. De manera que ahí estaba el viejo Woodifield, fumándose un puro y observando casi con avidez al jefe, que se arrellanaba en su sillón, corpulento, rosado, cinco años mayor que él y todavía en plena forma, todavía llevando el timón. Daba gusto verlo.
Con melancolía, con admiración, la vieja voz añadió:
-Se está cómodo aquí, ¡palabra que sí!
-Sí, es bastante cómodo -asintió el jefe mientras pasaba las hojas del Financial Times con un abrecartas. De hecho estaba orgulloso de su despacho; le gustaba que se lo admiraran, sobre todo si el admirador era el viejo Woodifield. Le infundía un sentimiento de satisfacción sólida y profunda estar plantado ahí en medio, bien a la vista de aquella figura frágil, de aquel anciano envuelto en una bufanda.
-Lo he renovado hace poco -explicó, como lo había explicado durante las últimas, ¿cuántas?, semanas-. Alfombra nueva -y señaló la alfombra de un rojo vivo con un dibujo de grandes aros blancos-. Muebles nuevos -y apuntaba con la cabeza hacia la sólida estantería y la mesa con patas como de caramelo retorcido-. ¡Calefacción eléctrica! -con ademanes casi eufóricos indicó las cinco salchichas transparentes y anacaradas que tan suavemente refulgían en la placa inclinada de cobre.
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Pero no señaló al viejo Woodifield la fotografía que había sobre la mesa. Era el retrato de un muchacho serio, vestido de uniforme, que estaba de pie en uno de esos parques espectrales de estudio fotográfico, con un fondo de nubarrones tormentosos. No era nueva. Estaba ahí desde hacía más de seis anos.
-Había algo que quería decirle -dijo el viejo Woodifield, y los ojos se le nublaban al recordar-. ¿Qué era? Lo tenía en la cabeza cuando salí de casa esta mañana. -Las manos le empezaron a temblar y unas manchas rojizas aparecieron por encima de su barba.
Pobre hombre, está en las últimas, pensó el jefe. Y sintiéndose bondadoso, le guiñó el ojo al viejo y dijo bromeando:
-Ya sé. Tengo aquí unas gotas de algo que le sentará bien antes de salir otra vez al frío. Es una maravilla. No le haría daño ni a un niño.
Extrajo una llave de la cadena de su reloj, abrió un armario en la parte baja de su escritorio y sacó una botella oscura y rechoncha.
-Ésta es la medicina -exclamó-. Y el hombre de quien la adquirí me dijo en el más estricto secreto que procedía directamente de las bodegas del castillo de Windsor.
Al viejo Woodifield se le abrió la boca cuando lo vio. Su cara no hubiese expresado mayor asombro si el jefe hubiera sacado un conejo.
-¿Es whisky, no? -dijo débilmente.
El jefe giró la botella y cariñosamente le enseñó la etiqueta. En efecto, era whisky.
-Sabe -dijo el viejo, mirando al jefe con admiración- en casa no me dejan ni tocarlo-. Y parecía que iba a echarse a llorar.
-Ah, ahí es donde nosotros sabemos un poco más que las señoras -dijo el jefe, doblándose como un junco sobre la mesa para alcanzar dos vasos que estaban junto a la botella del agua, y sirviendo un generoso dedo en cada uno-. Bébaselo, le sentará bien. Y no le ponga agua. Sería un sacrilegio estropear algo así. ¡Ah! -Se tomó el suyo de un trago; luego se sacó el pañuelo, se secó apresuradamente los bigotes y le hizo un guiño al viejo Woodifield, que aún saboreaba el suyo.
El viejo tragó, permaneció silencioso un momento, y luego dijo débilmente:
-¡Qué fuerte!
Pero lo reconfortó; subió poco a poco hasta su entumecido cerebro... y recordó.
-Eso era -dijo, levantándose con esfuerzo de la butaca-. Supuse que le gustaría saberlo. Las chicas estuvieron en Bélgica la semana pasada para ver la tumba del pobre Reggie, y dio la casualidad que pasaron por delante de la de su chico. Por lo visto quedan bastante cerca la una de la otra.
El viejo Woodifield hizo una pausa, pero el jefe no contestó. Sólo un ligero temblor en el párpado demostró que estaba escuchando.
-Las chicas estaban encantadas de lo bien cuidado que está todo aquello -dijo la vieja voz-. Lo tienen muy bonito. No estaría mejor si estuvieran en casa. ¿Usted no ha estado nunca, verdad?
-¡No, no! -Por varias razones el jefe no había ido.
-Hay kilómetros enteros de tumbas -dijo con voz trémula el viejo Woodifield- y todo está tan bien cuidado que parece un jardín. Todas las tumbas tienen flores. Y los caminos son muy anchos. -Por su voz se notaba cuánto le gustaban los caminos anchos.
Hubo otro silencio. Luego el anciano se animó sobremanera.
-¿Sabe usted lo que les hicieron pagar a las chicas en el hotel por un bote de confitura? -dijo-. ¡Diez francos! A eso yo le llamo un robo. Dice Gertrude que era un bote pequeño, no más grande que una moneda de media corona. No había tomado más que una cucharada y le cobraron diez francos. Gertrude se llevó el bote para darles una lección. Hizo bien; eso es querer hacer negocio con nuestros sentimientos. Piensan que porque hemos ido allí a echar una ojeada estamos dispuestos a pagar cualquier precio por las cosas. Eso es. -Y se volvió, dirigiéndose hacia la puerta.
-¡Tiene razón, tiene razón! -dijo el jefe. aunque en realidad no tenía idea de sobre qué tenía razón. Dio la vuelta a su escritorio y siguiendo los pasos lentos del viejo lo acompañó hasta la puerta y se despidió de él. Woodifield se había marchado.
Durante un largo momento el jefe permaneció allí, con la mirada perdida, mientras el ordenanza de pelo canoso, que lo estaba observando, entraba y salía de su garita como un perro que espera que lo saquen a pasear.
De pronto:
-No veré a nadie durante media hora, Macey -dijo el jefe-. ¿Ha entendido? A nadie en absoluto.
-Bien, señor.
-
La puerta se cerró, los pasos pesados y firmes volvieron a cruzar la alfombra chillona, el fornido cuerpo se dejó caer en el sillón de muelles y echándose hacia delante, el jefe se cubrió la cara con las manos. Quería, se había propuesto, había dispuesto que iba a llorar...
-
Le había causado una tremenda conmoción el comentario del viejo Woodifield sobre la sepultura del muchacho. Fue exactamente como si la tierra se hubiera abierto y lo hubiera visto allí tumbado, con las chicas de Woodifield mirándolo. Porque era extraño. Aunque habían pasado más de seis años, el jefe nunca había pensado en el muchacho excepto como un cuerpo que yacía sin cambio, sin mancha, uniformado, dormido para siempre. «¡Mi hijo!», gimió el jefe. Pero las lágrimas todavía no acudían. Antes, durante los primeros meses, incluso durante los primeros años después de su muerte, bastaba con pronunciar esas palabras para que lo invadiera una pena inmensa que sólo un violento episodio de llanto podía aliviar. El paso del tiempo, había afirmado entonces, y así lo había asegurado a todo el mundo, nunca cambiaría nada. Puede que otros hombres se recuperaran, puede que otros lograran aceptar su pérdida, pero él no. ¿Cómo iba a ser posible? Su muchacho era hijo único. Desde su nacimiento el jefe se había dedicado a levantar este negocio para él; no tenía sentido alguno si no era para el muchacho. La vida misma había llegado a no tener ningún otro sentido. ¿Cómo diablos hubiera podido trabajar como un esclavo, sacrificarse y seguir adelante durante todos aquellos años sin tener siempre presente la promesa de ver a su hijo ocupando su sillón y continuando donde él había abandonado?
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Y esa promesa había estado tan cerca de cumplirse. El chico había estado en la oficina aprendiendo el oficio durante un año antes de la guerra. Cada mañana habían salido de casa juntos; habían regresado en el mismo tren. ¡Y qué felicitaciones había recibido por ser su padre! No era de extrañar; se desenvolvía maravillosamente. En cuanto a su popularidad con el personal, todos los empleados, hasta el viejo Macey, no se cansaban de alabarlo. Y no era en absoluto un mimado. No, él siempre con su carácter despierto y natural, con la palabra adecuada para cada persona, con aquel aire juvenil y su costumbre de decir: «¡Sencillamente espléndido!».
Pero todo eso había terminado, como si nunca hubiera existido. Había llegado el día en que Macey le había entregado el telegrama con el que todo su mundo se había venido abajo. «Sentimos profundamente informarle que...» Y había abandonado la oficina destrozado, con su vida en ruinas.
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Hacía seis años, seis años... ¡Qué rápido pasaba el tiempo! Parecía que había sido ayer. El jefe retiró las manos de la cara; se sentía confuso. Algo parecía que no funcionaba. No estaba sintiéndose como quería sentirse. Decidió levantarse y mirar la foto del chico. Pero no era una de sus fotografías favoritas; la expresión no era natural. Era fría, casi severa. El chico nunca había sido así.
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En aquel momento el jefe se dio cuenta de que una mosca se había caído en el gran tintero y estaba intentando infructuosamente, pero con desesperación, salir de él. ¡Socorro, socorro!, decían aquellas patas mientras forcejeaban. Pero los lados del tintero estaban mojados y resbaladizos; volvió a caerse y empezó a nadar. El jefe tomó una pluma, extrajo la mosca de la tinta y la depositó con una sacudida en un pedazo de papel secante. Durante una fracción de segundo se quedó quieta sobre la mancha oscura que rezumaba a su alrededor. Después las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, levantando su cuerpecillo empapado, empezó la inmensa tarea de limpiarse la tinta de las alas. Por encima y por debajo, por encima y por debajo pasaba la pata por el ala, como lo hace la piedra de afilar por la guadaña. Luego hubo una pausa mientras la mosca, aparentemente de puntillas, intentaba abrir primero un ala y luego la otra. Por fin lo consiguió, se sentó y empezó, como un diminuto gato, a limpiarse la cara. Ahora uno podía imaginarse que las patitas delanteras se restregaban con facilidad, alegremente. El horrible peligro había pasado; había escapado; estaba preparada de nuevo para la vida.
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Pero justo entonces el jefe tuvo una idea. Hundió otra vez la pluma en el tintero, apoyó su gruesa muñeca en el secante y mientras la mosca probaba sus alas, una enorme gota cayó sobre ella. ¿Cómo reaccionaría? ¡Buena pregunta! La pobre criatura parecía estar absolutamente acobardada, paralizada, temiendo moverse por lo que pudiera acontecer después. Pero entonces, como dolorida, se arrastró hacia delante. Las patas delanteras se agitaron, se afianzaron y, esta vez más lentamente, reanudó la tarea desde el principio.
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Es un diablillo valiente -pensó el jefe- y sintió verdadera admiración por el coraje de la mosca. Así era como se debían de acometer los asuntos; ésa era la actitud. Nunca te dejes vencer; sólo era cuestión de... Pero una vez más la mosca había terminado su laboriosa tarea y al jefe casi le faltó tiempo para recargar la pluma, y descargar otra vez la gota oscura de lleno sobre el recién aseado cuerpo. ¿Qué pasaría esta vez? Siguió un doloroso instante de incertidumbre. Pero ¡atención!, las patitas delanteras volvían a moverse; el jefe sintió una oleada de alivio. Se inclinó sobre la mosca y le dijo con ternura: «Ah, astuta cabroncita». Incluso se le ocurrió la brillante idea de soplar sobre ella para ayudarla en el proceso de secado. Pero a pesar de todo, ahora había algo de tímido y débil en sus esfuerzos, y el jefe decidió que ésta tendría que ser la última vez, mientras hundía la pluma hasta lo más profundo del tintero.
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Lo fue. La última gota cayó en el empapado secante y la extenuada mosca quedó tendida en ella y no se movió. Las patas traseras estaban pegadas al cuerpo; las delanteras no se veían.
-Vamos -dijo el jefe-. ¡Espabila! -Y la removió con la pluma, pero en vano. No pasó nada, ni pasaría. La mosca estaba muerta.
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El jefe levantó el cadáver con la punta del abrecartas y lo arrojó a la papelera. Pero lo invadió un sentimiento de desdicha tan agobiante que verdaderamente se asustó. Se inclinó hacia delante y tocó el timbre para llamar a Macey.
-Tráigame un secante limpio -dijo con severidad- y dese prisa. -Y mientras el viejo perro se alejaba con un paso silencioso, empezó a preguntarse en qué había estado pensando antes. ¿Qué era? Era... Sacó el pañuelo y se lo pasó por delante del cuello de la camisa. Aunque le fuera la vida en ello no se podía acordar.´
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Sobre la autora:
Katherine Mansfield es el seudónimo que usó Kathleen Beauchamp, 14 de octubre de 1988 y fallecida el 9 de nero de 1923, destacada escritora modernista de origen neozelandés. Hija de un próspero banquero, Katherine Mansfield nació en Wellington, Nueva Zelanda. A los 14 años fue enviada interna al Queen's College de Londres, donde estudiaría hasta 1906. De vuelta en su país, se sintió ahogada por lo que ella consideraba el provincianismo de su medio y dos años más tarde regresaría a Londres. Allí, con poco dinero, llevaría una vida bohemia. En 1909 se casó con un cantante, George Bowden, al que abandonó casi de inmediato. Por esta época, se quedó embarazada de un violinista y su madre se la llevó a Wôrishofen en Baviera, donde sufrió un aborto.
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En 1911 publicó su primer libro de relatos, En un balneario alemán. Gracias a él conocería John Middleton Murry
, director de una revista literaria, quien se convertiría en su amante y, a partir de 1918, en su marido. Durante los años siguientes, Mansfield frecuentó los medios intelectuales londinenses, despertando la admiración de muchos de los integrantes del Grupo de Bloomsbury, como T.S. Eliot o Virginia Wolf.
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En 1917 contrajo tuberculosis, y a partir de entonces su vida se convirtió en un peregrinaje por distintos centros médicos de Europa luchando contra esta enfermedad, a menudo por medios poco ortodoxos. Pero, desde el punto de vista literario, fueron sus años más fecundos. Dos volúmenes de cuentos Felicidad y Fiesta en el jardín, publicados respectivamente en 1921 y 1922, le aseguraron un lugar destacado en el panorama literario británico.
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En enero de 1923, mientras estaba en la comunidad Georde Gurdjieff
del Sur de París , llamada Instituto para el Desarrollo Armonioso del Ser Humano", sufrió una hemorragia pulmonar fatal y falleció. Está enterrada en el cementerio del distrito de Fontanebleau, en la ciudad de Avon, donde también hay una calle que lleva su nombre.
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Murry se encargaría de publicar póstumamente dos colecciones de cuentos más, así como su Diario y sus Cartas.
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Era prima de la novelista Elizabeth von Armin
(Beauchamp cuando soltera). Como escritora historia cortas, Mansfield desarrolló las técnicas de Anton Chéjov en el género, y es considerada por muchos una de las escritoras más influyentes del período Modernista. En sus obras, muchas veces recurre a experiencias de su niñez en Nueva Zelanda.
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Un cuento para el análisis

Resultado de nuestra más reciente reunión, publicamos un fragmento del cuento La Leyenda de Preacher, original de Truman Capote y que Andrés Díaz quizo compartir con el grupo.
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LA LEYENDA DE PREACHER
-Truman Capote-
(Fragmento)
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Una nube que desfilaba hacia el sur ocultó el sol y una franja de oscuridad, una isla de sombra, se cernió sobre el campo, gravitó sobre el risco. Poco después empezó a llovar: una lluvia estival, teñida de sol, que duró poco tiempo; el suficiente para asentar el polvo y abrillantar las hojas. Cuando escampó, un anciano de color -se llamaba Preacher- abrió la puerta de su cabaña y miró al campo en cuya tierra fértil crecía abundante maleza; a un patio rocoso, sombreado por melocotoneros, cornejos y paraísos; a una carretera de arcilla roja, llena de socavones, que rara vez veía un coche, un carro o un ser humano; y a un ruedo de colinas verdes que se extendían, quizás, hasta el borde del mundo.
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Preacher era un hombre bajo, chiquitín, con un millón de arrugas en la cara. Matas de lana gris brotaban de su cráneo azulado, y tenía ojos tristes. Estaba tan encorbado que parecía una hoz herrumbrosa, y su piel poseía el amarillo de un cuero superior. Mientras examinaba lo que quedaba de su granja, su mano importunaba su barbilla con un ademán juicioso, aunque a decir verdad no pensaba en nada.
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Reinaba el silencio, por supuesto y como el aire fresco le hizo tiritar entró en la cabaña, se sentó en una mecedora y se envolvió las piernas en un hermoso centón con un motivo verde rosa y de hojas rojas, y se quedó dormido en la casa silenciosa, con todas las ventanas de colores vivos y tiras cómicas que él había pegado en las paredes.
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Un cuarto de hora después se despertó, porque nunca dormía demasiado rato y los días pasaban en una serie de cabezadas y despertares, de sueño y luzque apenas se diferenciaban uno de otra. Aunque no hacía frío, encendió el fuego, llenó su pipa y emepzó a mecerse con la mirada herrática por la habitación.
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(...)
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Sobre el autor:
Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.
Truman Capote
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"Empecé a escribir cuando tenía 8 años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos. Entonces, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble, pero implacable amo."
Truman Capote
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(Truman Streckfus Persons; Nueva Orleans, EE UU, 1924-Los Ángeles, 1984) Novelista estadounidense. Escritor precoz, se dio a conocer a los veinticuatro años con Otras voces, otros ámbitos (1948), que obtuvo cierto éxito y generó importantes expectativas sobre su futura obra. Tras publicar varias novelas, entre ellas Un árbol de noche y El arpa de hierba (1951), de contenido simbólico y onírico, Capote se dedicó a trabajar su estilo y consolidar su concepción novelística, resultado de lo cual fue la publicación de Desayuno en Tyffany’s (1958), novela de estilo ágil y sutil poesía, llevada al cine en 1961 con el título Desayuno con diamantes.
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Su interés por el periodismo y su intensa colaboración con la revista New Yorker lo acercaron a la disciplina del reportaje de investigación, lo que dio como fruto su célebre obra A sangre fría, creadora del género de la non-fiction novel, que relata el caso real del asesinato de la familia Cutters, basándose en documentos policiales y el testimonio de los implicados.
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Por esta novela, junto a Norman Mailer y Tom Wolfe, Capote es considerado uno de los padres del new journalism (nuevo periodismo), que combina la ficción narrativa y el periodismo de reportaje, dentro de una nueva concepción de la relación entre realidad y ficción.
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lunes, 4 de agosto de 2008

Reflexiones sobre el oficio

A continuación, referimos un escrito de Vicente Verdú, sobre el oficio de escritor en la modernidad. No sobra aclarar que las opiniones expresadas por el autor no comprometen el criterio ni la posición editorial de los integrantes de Seis Escritores. Compartimos con nuestros vistantes este tipo de opiniones con el ánimo de lanzar al ciberespacio expresiones que compromenten de una u otra forma nuestro compromiso con la literatura y, en este caso, con el oficio de escribir, con el ánimo de fomentar el debate y el discernimiento sobre este tipo de temas.
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EL OFICIO DE ESCRITOR
- Vicente Verdú -
(Reflexión)
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El escritor parecía hasta hace poco un elegido, un semidios de lazos privilegiados con la inspiración divina proveniente del más allá. Hoy, sin embargo, miles de escuelas enseñan a escribir y ser autor de libros es una actividad artesana más. El oficio de escritor, como el de pintor, son oficios al estilo de los demás y quien posee, además, talento o genio al practicarlos, destaca en sus producciones. No deja por eso, sin embargo, de seguir siendo un productor, un mero trabajador del oficio y un ser humano como todos los demás. El culto al escritor, el culto al artista, la veneración, pertenece al pasado. Anacrónico, vetusto, beato, la adoración prestada al artista corresponde a un tiempo en que el arte sustituyó a la religión y la llamada inspiración a las revelaciones del cielo.
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Por lo general todos los artistas sufrían entonces al crear, se inmolaban en el alumbramiento de la obra de arte, se comportaban a la manera abnegada y romántica de minicristos que arruinaban su salud, su hacienda y hasta sus amores para entregar a la Humanidad una obra maestra. Una suerte de muestra divina que permitía saborear la salvación eterna, fuera por la belleza sublime, la oferta de libertad o la provisión de conocimientos deslumbradores.
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Esta leyenda, aunque gastada, sigue arrastrándose todavía y, lo que es más grotesco: proclamada aún por algunos autores. De esta farsa, en suma, es ya hora de escapar y, en la emancipación, conseguir una libertad no estrechamente dependiente del don del artista sino que gracias a conservar la independencia de la mente, la obra se juzgue como artículo humano, mejor, peor, superior, inferior, común o excepcional. Y ni solo un paso más.
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Sobre el autor:
Vicente Verdú nació en Elche en 1942. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y es miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribe regularmente en el El País, diario en el que ha ocupado los puestos de Jefe de Opinión y Jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003) y Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005). Sus libros más reciente son No Ficción (Anagrama, 2008) y Passé Composé (Alfaguara, 2008).
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